viernes, 11 de septiembre de 2009

Mario Angel Quintero: CÉSAR VALLEJO

Por: Mario Angel Quintero Mario Angel Quintero nace en 1964 en San Francisco, California, donde vive sus primeros treinta años. Estudia literatura en la Universidad de California y es becado en creación literaria en la Universidad de Stanford. Publica poemas, prosas y ensayos en revistas literarias estadounidenses; también dos libros en inglés: Globo (1995) y The Fifth Season (1996). Desde 1995 reside en Medellín, Colombia, donde publica los libros Mapa de lo claro (1996), Muestra (1998), Tentenelaire (2006), El desvanecimiento del alma en camino al limbo (2009), y Como morir en un solar ajeno (2009). Es director y dramaturgo del grupo Párpado Teatro. Cuando hablo de César Vallejo, quiero que suene ¡ES!, como la medula de todo huESo. Los textos de Vallejo son huertos, no cESan, cada letra ES un árbol que crece y llena, prESiona el ESpacio de EStar conciente, de ser bueno, de EStar de nuevo en el pueblo, muEStra de lo que queda de nuEStra voz suelta, del hermano humano, del polvo del pueblo que da vueltas en el viento seco, revuelto ¡ES! ¡ES! ¡ES! ¡ES! ES FUE ES FUE FUE ES lo que siente. El hombre enfermo en el universo de su lecho. El niño solo en la casa. El hombre listo para vivir. ES – ES – ESte momento, para vivir las manos de su madre, o que se abra la fisura del ya y lo derrita con el alud del ES, todo lo cerca, de todo EStá cerca y lo prESiona y ES prESionado por él. Recuerdo la biblioteca donde casualmente leí a César Vallejo por primera vez. Me acuerdo de la biblioteca pero no estoy seguro de la ciudad en que se encuentra. Lo que si está claro en mi mente es la imagen de una biblioteca de poco alcance decorada en un estilo neo-burócrata, pasado de moda aún en esa época, hace más de veinte y cinco años, y que al abrir por curiosidad un volumen de apariencia igualmente sin imaginación me encontré con el poema de Vallejo titulado “Deshojación Sagrada”. Si comento sobre la apariencia de la biblioteca y del libro de una manera poco generosa no es por quitarles valor o menospreciarles, sino para contrastar el contexto donde encontré a Vallejo, con la fuerza y luz su poesía me ha dado desde ese primer momento. Recuerdo haberme detenido en estos versos: Luna! Alocado corazón celeste ¿por qué bogas así, dentro de la copa llena de vino azul, hacia el oeste, cual derrotada y dolorida popa? Tanto fue mi asombro con las imágenes, que me demoré para sentir la rima y el ritmo de los versos. Una luna que se transforma en un corazón que pasa por el cielo, el cielo como un vino que ese corazón boga, para ser al fin sólo un buque que se aleja en el oeste; estas eran imágenes aparentemente excesivas, pero que tenían una organicidad palpable desde sus transformaciones que oprimía y luego liberaba al lector. Cómo comunicar esa sensación de alguien presionando las palabras para que rindan su jugo, su sangre oscura y esencial. Las palabras tratando de escaparse de César Vallejo, donde él las atrapa, las ata a punta de violencia y ternura a su hogar, a su familia, a su pueblo, a su empatía que lo va secando, que lo deja tieso y frágil. Después de esa primera experiencia, me devoré todo el libro de Los heraldos negros, y pronto el resto de la obra poética de Vallejo, la cual ha sido para mi una de las puertas por abrir para descubrir las posibilidades del poema en español en nuestro contexto. Los quiebres del verso; la materialidad de la palabra, tan porosa y susceptible a mutaciones a través de sus vivencias dentro del discurso que emerge casi frágil en su receptividad; y la carga de dolor, o más bien compromiso, con lo humano, que se siente casi al nivel sintáctico verso a verso; todos estos elementos hacen de la poesía de Vallejo un momento liminal. De todos sus libros, es quizás Trilce el que va más lejos en perturbar de mí reflexiones humanas acerca de como de sintético es vivir. Los poemas de Trilce no esperan pasivamente ser leídos, sino que se leen a ellos mismos mientras tanto, se viven en un gesto vital que traspasa al lector. Para mi los ejes del mundo de Vallejo son cuatro. Primero, como fundamento y placenta, está el hogar. Las palabras madre, padre, y hermanos son más profundas que el misterio, y se arraigan en un saber que viene desde los huesos, del cartílago. Dentro de la caricia, la médula del radio irradia conexión. El hijo es la madre diluida, ya errante e incompleta. El padre es una promesa que quedó en el aire sobre los campos, en ese aire quieto de los pueblos. El hermano está siempre en los brazos, siempre aislado e inalcanzable, perdido en su dolor que lo cubre con más totalidad que su piel, con más llanto que las estrellas rotas que lloran luz. El segundo y terrible eje que encuentro en Vallejo es la guerra. La incertidumbre, el choque con el momento inevitable de violencia, y luego la devastación de la esperanza y lo humano, como una serie eterna de Pasiones. La guerra queda sobre la mesa frente a Vallejo como una copa de sangre. Los mismos objetos sufren de una violencia humana. Vallejo siente como la guerra, batalla por batalla, lo quiebra en pedazos. El tercer eje que quisiera resaltar en Vallejo es una conciencia del tiempo, y sobre todo, a través de su nostalgia y su arraigo en sus comienzos, el querer reventar el presente. El mismo verso se apura para vivir su presente: ¿Qué me da, que me azoto con la línea y creo que me sigue, al trote, el punto? En ningún otro poeta he sentido la muerte tan presente como en Vallejo. El tiempo que tenemos, que ya no tenemos, es algo que hay que cargar sobre el hombro como lo que queda del alimento. Sólo Vallejo pudo haber escrito un verso como: ¡Oh siempre, nunca dar con el jamás de tánto siempre! Esta exclamación nos lleva al cuarto eje fundamental que identifico en los poemas de Vallejo, una voz que se reboza de visiones. Los signos de exclamación aparecen a través de toda su obra. Desde el ¡Yo no sé! en el primer verso de Los heraldos negros (1918) hasta “¡Bajad el aliento, y si/ el antebrazo baja,/ si las férulas suenan, si es la noche, / si el cielo cabe en dos limbos terrestres,/ si hay ruido en el sonido de las puertas,/ si tardo,/ si no veis a nadie, si os asustan/ los lápices sin punta, si la madre/ España cae –digo, es un decir--/ salid, niños del mundo; id a buscarla!”, los últimos versos de su obra final, España, aparta de mí este cáliz (1938). Estas exclamaciones vienen de una urgencia mucho más allá de lo racional. Vallejo sufrió casi corporalmente su pertenencia al prójimo toda su vida. Sus visiones hechas versos son testimonio de la imposibilidad de lo que veía a su alrededor, y de lo tangible que le era las imposibilidades con que soñaba. Quisiera merecer la humanidad ardiente que César Vallejo significa para mí. Me lo imagino tratando de resistir el impulso de abrazar a la gente en la calle. La transparencia de sus poemas como instancias de empatía por la situación humana, me lleva más allá del estilo a un campo en que las palabras son herramientas de amor. Quisiera aprender a ser tan directo, tan tierra. Mi trayecto como escritor ha seguido el gesto de explorar la sensación de asombro que produce vivir. He intentado prender el pabilo dentro de mis lectores a través de una infusión, de sangre secreta que las palabras llevan por dentro, que sólo cierta atención y presión las puede hacer rendir. César Vallejo supo donde era la vena y también como romper la piel.

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